lunes, 30 de marzo de 2015

XII Muestra SyFy, capítulo V: Compañeros de ataúd


Cuando se elige la carrera de llevacontrarias profesional, suelen surgir momentos de crisis que ponen a prueba tu vocación. Por ejemplo, la comedia de terror neozelandesa “What we do in the shadows”: resulta tan sorprendente, tan imaginativa, tan ingeniosa, tan llena de momentos divertidos, tan cariñosa en su amable parodia con mucho de homenaje, que dan ganas de ponerla a parir. ¿Cómo se atreven estos tíos?


Pero lo cierto es que hay mucho que disfrutar. Incluso el gimmick del “falso documental” funciona bastante bien, por cuanto estamos siempre adoptando una perspectiva externa, de cámaras profesionales que nunca llaman la atención sobre su trabajo con tembleques inoportunos, se ve claramente que es un trabajo montado a posteriori, y el formato de “observación antropológica” da la coartada perfecta para que los personajes hablen de sí mismos (cosa que no sucede con otros personajes de “mockumentaries” que, en cintas hechas para consumo privado, dejan clarísimo hacia cámara todo el rato lo que están haciendo y por qué). 


La convivencia en el mismo piso de un grupo de vampiros iniciados en distintas épocas de la historia saca oro del contraste entre distintas maneras de enfocar el mito, desde “Nosferatu” hasta “Crepúsculo”, y no solo saca inspiración humorística de las reglas canónicas y su choque con las exigencias del mundo real (¿Cómo se viste un vampiro si no puede reflejarse en un espejo? ¿Cómo es posible que entre en un local nocturno si se mantiene la necesidad de ser invitado para pasar, al estilo Drácula?) sino que, invirtiendo la jugada, satiriza la sociedad confrontándola con el espejo del fantástico (¿Cómo va a fascinar un vampiro a su víctima con la mirada si apenas se apartan los ojos de los móviles o las tablets? ¿No es cierto que una pareja contemporánea, pese a lo que ha llovido, funcionaría mucho mejor si uno de ellos fuera el amo vampiro y el otro el servidor come-cucarachas al estilo Renfield?)


Algunos creen ver en estos neozelandeses, ya vistos en la serie “Flight of the Conchords” a unos nuevos Monty Python, pero ya veremos en qué queda la cosa. Dolera, entusiasta y vacilona pero con bastante cabeza, puso el dedo en la llaga antes de la proyección con una pregunta maliciosa: ¿por qué estas películas favoritas del público, que ganan premios en los festivales (entre ellos el de Hawai, que cautivó la imaginación colectiva del evento) y absolutamente todos los forofos del género han visto, luego no se estrenan,  ni se editan, ni tienen repercusión? Ya dijimos en su momento por qué: estamos en pleno cumplimiento de la profecía warholiana de los quince minutos de fama. Cuando vea otra peli de este talentoso equipo, dejaré de contener la respiración.

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