viernes, 28 de febrero de 2014

Una chica, una pistola y un Mercedes



Lo malo de ver mucho cine de estreno seguido es las veces que le toca a uno soportar los mismos tráilers y anuncios. En esta ocasión, uno de los más repetidos es una campaña de Mercedes que, en una amable sátira del “product placement” en las películas, pone a Álex de la Iglesia, en el transcurso de una reunión de preproducción, proponiendo que un gladiador se aleje hacia el ocaso al volante de un coche de la marca, o afirmando que, según “el maestro”, para hacer una obra fílmica basta con tener “una chica y un Mercedes”, punto en el que le corrige uno de los asistentes, sabedor de que los requisitos verdaderos eran "una chica y una pistola".


Salvo que ¿quién es “el maestro”? Se quiere dar a entender que se trata de Hitchcock o algo así, pero cualquier cinéfilo que se tome medio en serio sus gafas de pasta sabe que a quien se atribuye esa frase es a Jean-Luc Godard. Uno se imagina a Álex, con su pose de friki guay, negándose en redondo a pronunciar la palabra “Godard” por miedo a que se lo asocie con el mundillo “cultureta”, y prefiriendo un más genérico “el maestro” para preservar su credibilidad friki. Algo parecido pasó cuando afirmaba que en un principio quiso titular su homenaje a los westerns almerienses “400 balas”, pero que al final dobló el número a 800 porque 400 “sonaba a peli de arte y ensayo”, en clara referencia al debut de Truffaut con “Los 400 golpes”, película que sin embargo no me parece especialmente de arte y ensayo, pero claro, cuando habla el prejuicio, habla el prejuicio.

 
Y sin embargo uno no puede evitar pensar que, para un espectador medio y no convertido a la causa, tan rechazable debe de ser un ensayo fílmico de Godard, repleto de alusiones culturales, experimentos narrativos, sobradas autorreferenciales y ataques deliberados a la paciencia del público, como una de las gamberradas de Álex, con su humor con pretensiones cafres, sus referencias a cultura popular para cincuentones y su tendencia a tirar por la calle del medio del exceso cada vez que parece que va a decir algo en serio. 


Quizá el problema resida en que la cultura friki no se puede reciclar eternamente, y que, si no se negara uno a ver pelis de la nouvelle vague por miedo a que lo tildaran de intelectualoide, su imaginación se beneficiaría del mestizaje y no necesitaría vestir una y otra vez de desmadre los mismos tópicos. Cuando se tiene miedo a comunicar un mensaje, termina por no decirse casi nada, y ahí tenéis “Las brujas de Zugarramurdi”, que empieza con el sugerente concepto de examinar la naturaleza del “poder femenino” en el mundo de hoy, pero renuncia pronto a ello en favor de desgranar una serie de ideas delirantes con bastante poco control de calidad. Si al menos uno se planteara, al concebir un guión así, lo que habrían hecho Truffaut o Godard, aunque solo fuera para rechazarlo, del choque podrían surgir conceptos curiosos. 

Pero es mejor no mencionar ni el nombre de alguien como Godard, por aquello de que no te llamen “gafapasta”, aunque luego tus gafas sean de pasta negra y con montura bien gorda.