viernes, 23 de julio de 2010

Twin Peaks: Fire walk with me 1992


En las ficciones policíacas, lo de menos suele ser la víctima, y lo de más, el escalofrío de la incertidumbre en torno al enigma, la misantropía malévola de saber que cualquiera pudo ser el asesino. La trayectoria de Lynch le convertía en un practicante ideal del género, aunque con una debilidad fatal: los enigmas criminales siempre deben dar respuestas, algo a lo que el director de “Terciopelo azul” siempre se ha resistido. Hay quienes afirman incluso que el declive en audiencia y la prematura cancelación de su serie “Twin Peaks” se debieron a la insistencia de la productora en que se respondiera a la gran pregunta “¿Quién mató a Laura Palmer?”, después de lo cual no se supo hallar otro enigma que sedujera de igual modo al público. La intención de Lynch era que la identidad del asesino se mantuviera secreta para siempre, pero, claro está, era más fácil para él romper las reglas en el cine que en la tele. De ahí, tal vez, la idea de la película, que desde el principio rompe el pragmatismo de la pequeña pantalla. Laura Palmer, el fantasma omnipresente de la serie, que sólo aparece envuelta en plástico o en los estrafalarios sueños del agente Cooper, es ahora la protagonista absoluta, viviendo los acontecimientos que se reconstruyeron minuciosamente en la investigación. La película, pues, no nos aporta ningún dato nuevo, pero podemos verla como una especie de venganza de Lynch contra las cortapisas que le impuso el medio televisivo, convirtiendo la derivación de un producto muy comercial en una de sus películas más extrañas y malditas, que en España ni siquiera pudo verse en salas. El relato de los últimos días de Laura, que a la vez, por virtud de los misterios del bosque, es la continuación y verdadero final de la serie, es casi el cuento religioso de cómo una pecadora se convierte en santa, es una pasión en sentido literal y en sentido bíblico que traslada a un hogar claustrofóbico el epicentro de las fuerzas del mal y que propone los excesos como vía de evasión desesperada. Dado que sabemos todo lo que va a ocurrir, hay más atmósfera que nunca y menos explicaciones que nunca. Los ingredientes de comedia de situación y de melodrama de amor y lujo se volatilizan dejando sólo el terror y la desesperación de Laura, incapaz de aceptar el terror del universo tan estoicamente como Henry Spencer o de verlo peligrosamente seductor como Jeffrey Beaumont, y por tanto tal vez la figura protagonista que más nos importa de todo el cine de Lynch, aquella por la que más se sufre y que se gana a pulso las alas de ángel. Casi nadie sabe ver que, por debajo de los enanos que hablan al revés, las cortinas rojas o las fuguras que levitan, el ogro que se lo pone difícil al pobre público tiene un corazón humano que palpita y sangra.

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