domingo, 11 de julio de 2010

The elephant man 1980


A veces uno se pregunta en qué se fijan algunos comentaristas para emitir sus opiniones. “El hombre elefante” suele considerarse, por los detractores de Lynch, como la antítesis de su estilo, la vez en que David se equivocó y le salió una peli humana y comprensible. Por supuesto, verla casi seguida a “Cabeza borradora” revela más parecidos que diferencias. El escenario sigue siendo una pesadilla industrializada, el sonido sigue siendo aterrador, la monstruosidad sigue ocupando el primer plano. Incluso la foto sigue siendo en blanco y negro (de Freddie Francis, en lo que supone una fascinante y oblicua conexión Hammer-Lynch). Lo admirable es que a David no le importó filmar un melodrama, una historia conmovedora para hacer llorar. Ahí está la clase: en decir sí a Mel Brooks y no a George Lucas, que quería a Lynch para “El retorno del Jedi”. Porque, debajo de la elegancia británica y del cuanto sentimental sobre la dignidad de un monstruo, hay una historia muy rara, la de una sociedad victoriana que bajo el esplendor imperial escondía un lado sórdido y oscuro y que convirtió a un ser deforme en la sensación de una clase dominante que no quería ni oír hablar de Whitechapel; la de un ser inocente explotado por su fealdad y que se siente culpable por decepcionar a su madre, cuya foto misteriosamente lleva consigo toda su vida; la de una reconciliación final con un universo hostil y una negación de la muerte en el flujo del cosmos. Me pregunto si en el fondo la filosofía es más positiva que en la película anterior. Posiblemente sí: Henry Spencer está completamente solo en Filadelfia, él es el único monstruo, más aún que su hijo; John Merrick se da cuenta de que hay otros monstruos y, por suerte para él, no repara en que nunca ha dejado de ser una exhibición de feria, pero al final el deseo de ser normal le puede. Ni siquiera creo que se trate de un suicidio deliberado, más bien de una manera definitiva de integrarse en el universo, en un final parecidísimo al de “Cabeza borradora” y que enlazará de manera muy curiosa con el inicio de “Dune”. No estaría mal que Lynch, tras años de ensimismamiento en su surrealismo pop 100% estadounidense, echara la vista atrás y volviera a aquel gótico europeo que le puso en el mapa del cine y le hizo trascender aquel público noctámbulo de gente extraña al que terminó volviendo. O será que en realidad dio por sentado que John Merrick fracasó en su intento de convertirse en un ser humano y los proponentes de un Lynch humanista se equivocaron de parte a parte.

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