lunes, 2 de marzo de 2009

La oreja fantasma


¿Por qué hay películas conocidísimas que todo el mundo se empeña en recordar de una manera distinta a como son? Por poner un ejemplo, un 90% (o más) de los cinéfilos cree firmemente que, en “Johnny Guitar”, es el personaje de Vienna el que pronuncia el mítico diálogo “Dime que me quieres, miénteme”, cuando, en realidad, quien lo dice es Johnny. A muchos les debe parecer increíble que un tiarrón como Sterling Hayden pudiese llegar a ser tan nenaza, pero ya veis, tal efecto suelen producir las hembras temperamentales al estilo Joan Crawford.

El caso que me interesa a mí ahora tiene que ver con un diálogo escuchado en la tercera planta de la Fnac, delante de una tele donde podía verse “Reservoir dogs”. Un chaval le decía a su churri, en plan “hala, qué cosa más fuerte te voy a contar”: “Esta es la peli en que a un tío le cortan una oreja en primer plano y LO VES TODO”. Eso lo dijo también no hace mucho Rosa Montero en una columna de “El País” sobre lo malísimos que eran “Dexter” y el cine de hoy para la educación de los pobres niños, así que debe de ser verdad.

Salvo que no lo es, claro. Yo vi “Reservoir dogs” de estreno, por tanto sé desde hace unos 16 años que la amputación de la oreja sucede fuera de campo. La pregunta es: ¿por qué hay tanta gente por ahí que cree que “lo ves todo”? A uno le da por pensar que más de un espectador completa en su mente la escena y realmente ve el rebanamiento de oreja, completo en todos sus detalles. Es una pena que ya no se pueda echar ningún currículum para ser censor, pues sigue habiendo personas muy dotadas para reaccionar hacia escenas violentas o eróticas que ni siquiera se pueden ver...

Todo lo cual me trae a la mente lo que ha cambiado con los años el fenómeno Tarantino. En sus inicios, se solía tener “Reservoir dogs” o “Pulp fiction”, por películas de violencia explícita y chocante, cuando en realidad aquella violencia era más implícita que otra cosa, o sucedía en el rabillo del ojo. Del katanazo de Bruce Willis en “Pulp fiction”, cuyos estragos se nos negaban, hasta la masacre de los Crazy 88 en “Kill Bill 1”, que es como “Zombi” de Romero pero en samurái, media un trayecto en el que Quentin se ha ido creyendo la leyenda que otros forjaron sobre él. De desmentir las acusaciones de excesiva violencia en sus dos primeras pelis, Tarantino ha pasado a actitudes del estilo “claro que es una película violenta, si entras a ver una película de Tarantino no te encuentras con una de Walt Disney”. Antes, el amigo era capaz de salirse del guión y descolgarse con una “Jackie Brown”, que defraudó a la inmensa mayoría de aquellos fans que lo tomaban por un cineasta de higadillos y ketchup. Ahora, convertido más que nunca, sobre todo en sus apariciones públicas, en un friki hiperactivo que parece haber caído en la marmita de farlopa cuando era pequeño, a Quentin no le importa que otros le dicten la vida y lo conviertan en lo que ellos mismos habrían querido ser. Probablemente, incluso él mismo estará empezando a creer que rodó la escena de la oreja en sangriento plano detalle, a lo Fulci. Lo cual tampoco me parece necesariamente malo, pero esa es otra historia.

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