lunes, 5 de mayo de 2008

La edad de diamante del cine francés


De un tiempo a esta parte, cada vez que se estrena en salas una película de nuestros vecinos de allende los Pirineos, su realizador no baja de los ochenta años. ¿Ejemplos? "El romance de Astrea y Celadón" de Eric Rohmer, "Asuntos privados en lugares públicos" de Alain Resnais, y ahora "La duquesa de Langeais" de Jacques Rivette, o "Una chica cortada en dos" de Claude Chabrol.

Por un lado, veo algo positivo: Francia aprecia su cine y cuida a sus veteranos. En Estados Unidos, primera potencia mundial del celuloide, e incluso en Inglaterra, se dejó en el dique seco a Billy Wilder, Joseph Mankiewicz, David Lean o Michael Powell sólo por su avanzada edad, aunque no les faltaban ideas para nuevas películas. Los abuelos de la nouvelle vague, tengan más o menos cosas que contar, siguen teniendo acceso a su modo de expresión, como cualquier otro artista, un pintor, un escritor o un músico.

Lo negativo es obvio: de Francia nos llega poco cine y estos veteranos tienden a cubrir la cuota. No dudo que tal vez Rivette haya hecho algo interesante con su adaptación de Balzac (su título original, el ambiguo "Ne touchez pas la hache", resulta prometedor como declaración de intenciones), pero yo veo el trailer y me descorazona ver la misma película de época, formal y seria, y me deprime aún más saberme las críticas sin haberlas leído, hablando de "el espíritu joven de un veterano haciendo un cine más fresco que el de otros directores jóvenes en edad", etc.

No he visto la de Rivette, pero sí la de Resnais, y, francamente, la juventud de los veteranos me empieza a caducar. Cómo me chirrían esos personajes reprimidos con doble vida, más propios de la Inglaterra del autor original, Alan Ayckbourn, que de esa Francia que siempre nos han vendido como desenvuelta y libertina. Qué imposible me resulta creer que Isabelle Carré, tan joven, sea la hermana de un vejete como André Dussollier, y que se cabree mortalmente con él por pillarle viendo un vídeo erótico en el salón. La impresión de despedida que transmiten los últimos fotogramas no empaña que un cierto modelo de cine, de planteamiento intimista de los personajes y situaciones, necesite una renovación que los abuelos del lugar no pueden ya aportarle.

Lo mismo suele pasar con Chabrol y esas autoflagelaciones de la burguesía acomodada, punto de mira y público principal al mismo tiempo, en un circuito de retroalimentación que ha motivado mi desinterés hace ya cuatro o cinco pelis. Uno casi desearía ver obras como las de Bruno Dumont, tocapelotas escandaloso oficial del cine de autor galo, pero inédito por estos pagos, o rememorar los hitos de Bertrand Blier, que me sigue pareciendo más reivindicable que mucho monstruo sagrado del cine progre (y más divertido). Pero no, los que queremos ver cine francés, por escuchar en la sala un idioma que amamos, nos tenemos que tragar básicamente la misma película de un abuelete provecto que lleva diciéndonos lo mismo cuarenta años.

Y vale, admito que los ancianos poseen a veces el don de la sabiduría, pero viviendo entre ellos resulta imposible no añorar a los contemporáneos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes mucha razón. Alguna cosa nos llega de directores jóvenes, pero estos que ya están asentados tienen todavía mucho más prestigio que los que llegan nuevos.

De las cuatro que mencionas en el 1er párrafo, la única que no he visto es la de Rivette porque le cogí mucha manía con 'La bella mentirosa'. Las otras tres me gustaron, aunque cada una tiene sus cosas.

La de Resnais la que más. También yo pensé lo de Isabelle Carré y Dussollier, al principio creía que sería su hija.

Como dices, lo bueno sería que los viejunos puedan seguir haciendo cine siempre que quieran y tengan ideas, pero que eso no quite que haya sangre nueva y enfoques más juveniles.

Pero me extraña la queja viniendo de un "abuelo", jeje.

Abuelo Igor dijo...

Es verdad que soy un abuelo, pero no sintonizo mucho con mis contemporáneos. Soy uno de esos veteranos en edad pero jóvenes en espíritu.