jueves, 22 de mayo de 2008

Enchufados a la antena


Digan lo que digan algunos, no encuentro que la publicidad sea tan mala escuela para un cineasta. Si alguien es capaz de cautivar, de dejar una huella inolvidable en su público, de crear un mundo distintivo y novedoso en menos de un minuto, sin pasar por los trámites de una exposición, de un nudo y de un desenlace, está claro que posee talento audiovisual. Que luego sea capaz de mantener el mismo nivel de hechizo durante más de hora y media es ya una cuestión diferente, pero, desde luego, el tipo de sensaciones que trata de despertar un spot tienen mucho que ver con el embrujo primigenio de la imagen, tal como la entendían los creadores del cine mudo.

No resulta nada extraño, pues, que el argentino Esteban Sapir, de profesión publicista, se haya descolgado por nuestras carteleras con un peculiar proyecto, 'La antena', cuyos argumento, narrativa y estética remiten a clásicos de Fritz Lang, Murnau o Eisenstein. Todo un capricho plástico, realizado a base de efectos que van de lo más tecnológico a lo más artesanal, donde la anécdota argumental (el dominio totalitario sobre el ciudadano de a pie de las grandes corporaciones de la comunicación y el consumo) casi termina relegada a un segundo plano en pleno festival de dirección artística art déco, angulaciones y composiciones de plano casi constructivistas y personajes que a menudo traspasan el límite de lo grotesco para instalarse en lo inquietante (como puede ser el caso del niño sin ojos o la cantante televisiva cuyo rostro siempre está oculto por una impenetrable caperuza).

A menudo he dicho que una manera segura de alienar al público 'normal' de las salas es presentarles una película sin diálogos, pero tanto el silencio como los rótulos de 'La antena' poseen una explicación argumental, similar a la presente en 'El último combate' de Luc Besson: la población sufre una epidemia de afonía. Por tanto, si quieren hacerse entender, han de proyectar sus pensamientos sobre el aire. El secreto de esta pérdida de la voz, y la lucha por recuperarla, son la clave de una aventura de CF 'retro' que se distancia de otros intentos estadounidenses similares (ver por ejemplo 'Sky Captain y el mundo del mañana') por su descarada vocación de arte y ensayo, por su juego con una galería icónica del siglo XX que no excluye referencias al nazismo o al Holocausto, por su afortunada reticencia a explicar todos sus símbolos, por un final supuestamente feliz que a un servidor le resultó más perturbador que otra cosa.

Mad doctors, esbirros deformes, megalópolis barrocas, cicatrices imborrables, experimentos de pesadilla, bellas metáforas visuales, una mujer haciendo un papel masculino para remedar la belleza imposible de algunos actores del cine mudo, una partitura con todo el sabor ya irrecuperable de la Entartete Musik que Hitler consignó a la hoguera... Ingredientes para una película que unos custionarán por ingenua, otros por pretenciosa, otros porque una obra original y heterogénea siempre parece a simple vista falta de cohesión, pero que irá ganando adeptos con el tiempo. Aunque supongo que es demasiado visual para mucha crítica de la que anda por ahí...

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