miércoles, 9 de enero de 2008

Antiguos ídolos: Billy Wilder


El otro día estuve viendo otra vez “Con faldas y a lo loco” y es una comedia que se mantiene perfectamente casi 50 años después, dos horas que se pasan casi sin sentir, una inventiva casi inagotable de diálogos ingeniosos y situaciones inesperadas. Cuando yo tenía 20 años, Billy Wilder era mi director favorito, junto con Lubitsch, Mankiewicz y Woody Allen. Luego mis gustos empeoraron sin remedio.

El caso es que me cansé de él, incluso antes de que Trueba lo reivindicase como un dios desde la platea de los Oscar. Descubrí un tipo de cine más visual, menos dependiente de la palabra, y valoré lo plástico, lo sonoro, la alquimia de la fotografía y el montaje por encima de la arquitectura perfecta de un guión como elemento al que todos los demás tienen que estar supeditados.

El libro de entrevistas de Wilder con Cameron Crowe, que he estado leyendo para rememorar a este antiguo ídolo, contiene algunos pasajes preocupantes en este sentido:

No las hice [“En bandeja de plata” y “El apartamento”] en la versión más extrema [de formato panorámico] que había en aquella época. Sólo servía para contar la historia de amor de dos perros salchicha... pero era una gran novedad. Era propiedad de Fox, el CinemaScope, e iba a revolucionar el país. Dije: “No va a revolucionar nada”. Porque, a no ser que uno tenga siempre planos panorámicos de los espectadores en las carreras o algo así, todo eso se queda hueco. Cuando se hace un primer plano, no siempre se puede hacer en el centro. No hay nada allí. Es como el invento de la pantalla triangular, o el Odorama... todo eso son patrañas.

A Hitchcock tampoco le gustaba el formato panorámico, pero era porque hacía necesario bajar todas las lámparas. A Wilder, en cambio, las posibilidades de los formatos panorámicos para composiciones novedosas de la imagen, pantalla dividida, puesta en escena en múltiples términos, aparentemente se la traían bastante floja.

Aunque el libro contiene también momentos gloriosos como el siguiente, tal vez mi favorito:

[Woody Allen] no hace películas, hace pequeños episodios. En cierto modo, no sabe ni siquiera cómo montarlos. Tiene diálogo mientras dos personas andan y andan, hablando sin parar, cosas divertidas. Son metros muertos de película, no sé si me entiende. La cámara les sigue todo lo que puede, se acaban los rieles de madera sobre los que avanza, y los personajes siguen hablando y caminando. Sí, es un tipo muy astuto, muy listo, pero preferiría que no actuara. En la vida real es una persona divertidísima, pero en el cine, no. No me lo parece.

¡Cuántas verdades! Luego Billy se echa atrás porque a Cameron Crowe si le gusta Allen, y además porque este último dijo en cierta ocasión que “Perdición” era la mejor película de todos los tiempos. Algo muy típico de Wilder, por otro lado, la sumisión a la opinión de los otros. Si una película suya fue un éxito, habla bien de ella. Si fue un fracaso, incluso si se trata de un buen trabajo (pienso en “Bésame, tonto”) no quiere ni oír hablar de ella. De ahí su afición al “happy end”, incluso en comedias donde el lado más sórdido de la naturaleza humana sale triunfante, lo cual siempre me dejó con la duda de si Wilder era un subversivo o un hipócrita.

El libro también deja de manifiesto el desprecio del vienés hacia el cine entendido como arte, lo cual terminó perjudicandole a él tanto como a sus admiradores. Si Wilder hubiese sido un pedante presuntuoso enamorado de su propio talento, no se darían situaciones tan indignantes como leerle decir que nunca supo dónde estaban tesoros como el final alternativo de “Perdición”, en el cual Fred MacMurray era ejecutado en la silla eléctrica, las escenas que rodó Peter Sellers como protagonista de “Bésame, tonto” o todos los episodios eliminados del montaje de “La vida privada de Sherlock Holmes” que en principio debía tener una duración al estilo David Lean, superior a las tres horas. Y el buen hombre diciendo que él cuando empezaba a trabajar en otros proyectos se desentendía de los anteriores. La verdad es que cabrea.

Pero bueno, el caso es que Wilder era Wilder y su cine me sigue gustando, no tanto como antes, pero si ni siquiera Trueba consiguió hacérmelo aborrecer, algo debe de tener el abuelo. Eso sí, los que lo adoren como un dios que se preparen para acoger en su olimpo, como deidades menores, algunos de los actores y películas que el director de “El apartamento” confiesa admirar durante sus charlas con Crowe: Steve Martin, Julia Roberts, “Algo para recordar”, “La jungla de cristal” o “Forrest Gump”. ¿Qué, que no os gustaban antes? Pues se siente. Dios ha hablado.

2 comentarios:

Hernán dijo...

Un grande, definitivamente. Y no estoy tan seguro de si vale la pena prestar demasiada atención a las declaraciones de los cineastas. Muchas veces son irónicas y otras tantas desinteresadas, simplemente. "Yo sólo hago western", se cansaba de responder John Ford ante la insistencia de ciertos periodistas.
Después de todo, ahi están las películas. Sólo eso importa.
Saludos!

Abuelo Igor dijo...

John Ford, en efecto, es un buen ejemplo de lo poco que puede uno fiarse de las declaraciones de un cineasta. Toda una vida afirmando que sólo hacía películas del Oeste y que su única manera de plantearse la realización consistía en poner la cámara a la altura de los ojos, y luego mirad pelis tan preciosistas como "El delator", "El fugitivo", "Hombres intrépidos" o incluso "Centauros del desierto".

Pero creo que Wilder era sincero cuando decía que la realización debía ser transparente y no interponerse entre el espectador y la historia. Es la escuela clásica de Hollywood, la de un Howard Hawks, por ejemplo, y ha dado grandes cosas al cine. Lo que pasa es que ya todos sabemos que estamos viendo películas y llamar la atención sobre el lenguaje en sí ha abierto vías renovadoras. Rodar sin que la cámara se note no es la única manera.

Wilder era un gran talento, pero el que me da pena es Lubitsch. Wilder, cuando escribía guiones, tenía colgado en su despacho un cartel que leía "¿Qué habría hecho Lubitsch?", reconociéndolo como su maestro, su ideal en el arte de la comedia. Hoy en día el discípulo es un mito, mientras que el maestro está semiolvidado. Y da rabia.