miércoles, 21 de noviembre de 2007

"Donde mejor canta un pájaro" de Alejandro Jodorowsky


Las vueltas que da la vida: después de años y años de considerar a Alejandro Jodorowsky un héroe de culto y un semi-maldito, director de pelis legendarias e imposibles de ver (al menos hasta su reciente edición en DVD) como “El Topo” o “La montaña sagrada”, que después aplicó su imaginación desmadrada, a la vez mística y salvaje, al ámbito entre nosotros marginal (aunque no tanto en Francia) del tebeo, hete aquí que aparecen en ediciones populares de bolsillo la mayoría de sus libros, y no solo eso sino que en todas las portadas aparece su foto, quizá esperando que el comprador reconozca su presencia carismática tras haberlo visto como invitado en algún programa de entrevistas informales en los que tanto abunda nuestra televisión.

¿Cuál es el secreto de Jodorowsky? Probablemente el carisma, la fascinación del contador de historias, y la habilidad para reinventarse a sí mismo. Pasada la época de los héroes contraculturales (en los años 70, “El Topo”, “western” psicodélico con dosis entonces impresionantes de violencia y sexo, llegó a ser una de las películas favoritas de John Lennon), Jodorowsky vio naufragar su carrera fílmica tras hundirse su proyecto de “Dune”, que entre otros iba a contar con la música de Pink Floyd, los diseños de Jean Giraud “Moebius”, Salvador Dalí como emperador Padishah y Orson Welles como barón Harkonnen (eso sin hablar de exóticas modificaciones del original como hacer del duque Leto Atreides un torero castrado tras una cogida), y tras dar el carpetazo a su fase en el teatro y el espectáculo gravitó hacia la “bande dessinée” francófona, adaptándose de maravilla a la CF para adultos que preconizaban los míticos “Humanoides” de la revista “Métal Hurlant”. Pero entre nosotros las viñetas no dan prestigio, de modo que la mejor manera de introducirse en España fue mediante ese “retorno a la espiritualidad” de los noventa y dos miles, unido a la demanda de autoayuda creada a raíz de una sociedad occidental donde todos se las dan de solidarios y socios de ONG pero pasan de largo cuando alguien lo pasa un poco mal a su lado.

Jodorowsky, pues, despojado del traje de mimo que lució junto a Marcel Marceau y de la silla de director cuyos laureles sólo reverdeció brevemente apadrinado por Claudio Argento, hermano de Dario, en la imprescindible “Santa Sangre”, gana cierta fama, y supongo también que cierta fortuna, disfrazado de gurú. Aunque, todo sea decirlo, un gurú bastante socarrón, sin doctrina monolítica y que sabe explotar su imaginación de un modo admirable. Desde el Tarot a su propia “Psicomagia”, de lo que se trata es de aplicar la fantasía a lo cotidiano. La psicomagia, por ejemplo, consiste en paliar los problemas y angustias personales mediante actos catárticos basados en los principios de la magia simpática, es decir, en afinidades simbólicas. Dudo mucho que el propio Jodorowsky considere la psicomagia una doctrina, más bien parece una actualización de los viejos “happenings” de los 60, actos poéticos con voluntad de transformar la vida y dotados de una belleza conceptual surrealista.

Pero quizá lo de menos sea lo que esté haciendo en un momento determinado: lo importante es el personaje en sí, con esa labia incontenible que, a diferencia de otros seres carismáticos, siempre desprende un sentido de la maravilla, un canto sin fin al poder transformador de la imaginación, que me lo hace muy entrañable, incluso si, a mis ojos escépticos y desengañados, considero que básicamente me está vendiendo una moto. Pero desafío a cualquiera a escuchar una entrevista con Alejandro Jodorowsky y abandonarla a los cinco minutos. Sólo él consiguió el milagro de sentarme durante programas enteros de Sánchez Dragó o mantenerme dentro del circo infecto de “Crónicas marcianas”, y las razones eran de peso.

“Donde mejor canta un pájaro”, el más voluminoso de los libros de Jodorowsky en la colección “DeBolsillo”, inicia el alucinante ciclo de sus memorias. Él mismo, en la mejor tradición de "Tristram Shandy" no nace hasta la página 382, y al terminar la 604 no supera los diez años, pero la crónica familiar de sus antepasados judíos ucranianos, así como los azares de su propia concepción y las tribulaciones de sus padres, dejan el realismo mágico de García Márquez y sus seguidores a la altura garbancera de Pérez Galdós , y combinan de modo inolvidable una fantasía desbocada y transgresora, un sincretismo místico y religioso sin temor a inquisición alguna, una conciencia aguda de la violencia atroz del mundo y una celebración gozosa de sus placeres, en especial los del sexo. En un tono cercano a la tradición oral, pero con sorprendentes relámpagos de poesía surrealista, la historia se convierte en epopeya, en mito desmesurado, en un viaje trepidante plagado de extraordinarias figuras y de episodios imborrables, a veces por lo grotesco, a veces por lo lírico, a veces por lo descarnado.

Desde el Rebe, ermitaño caucasiano que a fuerza de meditar sobre la Cábala vio su cuerpo devorado por los osos y se vio obligado a vagar entre dimensiones hasta convertirse en el genio tutelar y guía de los varones Jodorowsky, hasta el zar Alejandro I, retirado del trono y convertido en un salvaje aficionado a violar y masacrar los rebaños de cabras del vecindario rústico, pasando por el dictador Cárlos Ibáñez, a quien el padre del protagonista intenta destruir a través de su devoción por los caballos, o Sara Felicidad, la madre, bella giganta rubia que sustituyó el lenguaje articulado por las notas musicales y que encogió su columna vertebral para convertirse en una digna y encogida señora chilena mientras su marido se ausentaba durante diez años pugnando por el magnicidio, la galería de personajes requeriría casi otro libro entero para su relación y glosa. La lucha existencial de muchas de estas figuras no se resolverá en el plano del mundo: Jodorowsky dedica muchas páginas a las luchas terrenales por la libertad y la felicidad, sobre todo la de los movimientos obreros chilenos, describiendo su brutal represión. Las vías de escape suelen ser internas, místicas, pero cada uno encontrará la suya, no es raro que las verdades finales de los personajes se contradigan en cierto modo. Estamos lejos de dogmatismos y credos prefabricados, si bien el judaísmo y el cristianismo son tratados con una reverencia irreverente: por ejemplo, Jodorowsky se pregunta por qué a Jesucristo se le muestra siempre sangrante, crucificado y derrotado, cuando sería preferible una imagen como resucitado luminoso y triunfante. Claro está, a los desheredados les vendrían ideas subversivas si se identificaran con un Cristo así...

Difícil encapsular tan apasionante maremágnum: aunque los parentescos con mucha narrativa sudamericana son claros, sospecho que muchos monstruos sagrados del Cono Sur matarían por conseguir tanta burlona y dolorosa amenidad durante tantas páginas; aunque a algunos pudiera parecerle que los consejos espirituales son cosa de almas cándidas embaucadas por la filosofía “new age”, la profusión de violaciones, despedazamientos, masacres colectivas y escatología espantaría a muchas monjitas; la sabiduría milenaria y esotérica podrá ser puesta en duda, pero su potencia como motivo artístico y sus resonancias intemporales aventajan en fascinación al gastado positivismo que se suele arrogar idéntica validez para describir un motor de explosión que un corazón humano. Lejos de mí el ver a Jodorowsky como un guía o un sabio venerable, lo cual no obsta para que sus narraciones parabólicas e hiperbólicas me suman en un hechizo liberador y me otorguen, pese a su dureza ocasional, argumentos de peso para indultar al mundo y a la vida. Eso ya es más de lo que puede presumir más de un clásico inmortal de las letras...

2 comentarios:

LIRON dijo...

SUPER LIBRO!!!!!!!!!!!!!1

MARÍA GOMEZ dijo...

EStoy de acuerdo contigo Wow y Wow. Qué libro tan padre.
Me gustó mucho como escribes y lo que escribes.
saludos