viernes, 22 de junio de 2007

"Amor profano" de Katherine Dunn


Los traductores al español de esta novela no estuvieron al cabo de la calle: Un “geek” originalmente era una especie de “hombre salvaje” exhibido en ferias, conocido por vivir entre sus propios excrementos y por arrancar la cabeza a los pollos de un mordisco. Por extensión, “geek” vino a ser un ser inadaptado, extraño para el común de los mortales y centrado en aficiones del todo irrelevantes en sociedad, léase ordenadores, ciencia ficción, cine, etc., llegando a ser verdaderos expertos que sin embargo pueden alcanzar edades muy respetables sin haber visto o tocado vello púbico o pezones que no sean los suyos propios.

Entonces, “geek” equivaldría a lo que ahora llamamos, más o menos despectivamente, “friki”.

Pero Katherine Dunn habla todavía de los “geek” originales, en una extraña novela cuyo tema es la fascinación por la anormalidad, los pros y contras de ser un monstruo, expuestos con notable audacia imaginativa.

El matrimonio Binewski, propietario del carnaval ambulante “Fabulon”, decide, insatisfecho con los monstruos de feria que iba contratando, crear sus propios artistas de su propia carne y sangre. Así, en cada nuevo embarazo, Lil será expuesta a peligrosos productos químicos, isótopos radiactivos y otras barbaridades del mismo jaez con la finalidad de que el feto presente malformaciones explotables en el mundo del espectáculo. No todos los experimentos tienen éxito (aunque los fracasos siempre pueden exponerse al público en tarros con formol), pero al final se consigue una peculiar familia: Arturo el Chico Acuático, nacido sin brazos ni piernas pero con aletas anteriores y posteriores que hacen de él un gran nadador; Ifigenia y Electra, hermanas siamesas que comparten un mismo par de piernas y un talento para la música; Olimpia, enana calva y jorobada que narra la historia, y Fortunato, alias Chick, que bajo su apariencia de chaval rubio, guapo y corriente oculta una habilidad telequinética a la que se darán aplicaciones tirando a turbias.

Los recuerdos de Olimpia, mientras decide qué hacer respecto a su única hija, a quien una millonaria obsesionada con hacer feas “por su bien” a hermosas muchachas quiere despojar de su única característica anormal, dejan claro que la vida de los seres monstruosos no tiene por qué ser idílica y apacible como la de los “Freaks” de Browning en mitad del campo. Tanto Olimpia como las dos hermanas siamesas están consumidas de amor incestuoso por Arturo, cuya deformidad lo convierte en líder de un culto religioso que busca la pureza a través de la gradual amputación de miembros; Chick, tras una corta carrera, auspiciada por su padre, como ladrón paranormal en lugares públicos, se convierte en asistente de las amputaciones del culto, realizadas por la siniestra doctora Phyllis, suspendida de su profesión quirúrgica por quererse extirpar a sí misma supuestos aparatos de control colocados por el gobierno; las dos siamesas, presas de la codicia y conscientes del morbo sexual que despiertan, terminan prostituyéndose tras su espectáculo hasta que Arturo las descubre y las entrega en matrimonio a un ser deforme sin cara que respira mediante tubos; la más rebelde de ellas terminará lobotomizada y babeante, arrastrada por la otra mientras se desarrolla su embarazo. Todo esto salpimentado de otros incidentes brutales que revolverán el estómago a los lectores más delicados pero que constituyen la verdadera fuerza de la novela.

Porque en efecto es este aspecto fantasioso y transgresor, amén de un estilo brillante aunque a menudo difícil de seguir, lo más válido del libro. La trama, episódica, avanza de una anécdota a otra con un diseño subyacente bastante vago; la galería de personajes no puede ser más colorida y estrafalaria, pero, salvando a los tres protagonistas principales, se trata de personajes de cartón, elementos del decorado sin demasiada entidad propia. Algunos de los momentos devastadores del argumento, como la lobotomía de una de las siamesas, suceden de manera demasiado precipitada y repentina para causar el impacto que deberían, y lo mismo reza del apocalíptico final del carnaval ambulante, resuelto en tres o cuatro páginas semiplagiadas de “Carrie” de Stephen King.

Con todo, la acidez y lo extremo de la propuesta, aunque dejadas en mantillas por autores más recientes como Chuck Palahniuk, y junto a lo inventivo del lenguaje (en especial algunos diálogos memorablemente soeces que revelan la habilidad con la expresión oral de Dunn, que era locutora radiofónica), hacen que la lectura merezca la pena, tanto para los buscadores de curiosidades literarias como para los aficionados a la fantasía y al terror, que verán una aproximación menos cuadriculada y genérica al eterno tema del monstruo.

En un plano personal, referiré que, habiendo sabido de la existencia de esta novela a través de la lista de proyectos no realizados de Terry Gilliam, me imaginé en todo momento al hombre sin piernas y con aletas portando los rasgos del actor interesado en incorporarlo, Johnny Depp. No apostaría demasiado por la realización de una peli que, adaptando con un mínimo de fidelidad y valentía la novela, resultaría fuertísima al 85% de los espectadores, pero, considerando lo que ha hecho Gilliam en su incomprendida y muy estimable “Tideland”, no me molestaría ver la poesía que puede extraer Terry de otra historia sórdida, violenta y conflictiva pero con un aliento tierno soterrado.

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